Vivo en el campo rodeada de vacas, ovejas y chanchos con sus inconfundibles sonidos y olores.
Una familia de cuervos habita la copa de los árboles, y aunque tienen su canto característico que a la distancia se asimila a un tero, me hacen sentir protegida.
Sólo basta cerrar los ojos e imaginar a mi abuelito como un Cuervo, y esa melodía aterradora y territorial se vuelve una caricia imaginaria.
Vivo en el campo y, contra todos los pronósticos, me siento cómoda alejada de los ruidos de la ciudad, y de la cabeza.
Aquí estoy quieta,
el descanso se ha vuelto la principal actividad.
Es la posibilidad de escuchar hacia adentro, hacia la matriz, aquella que en el cuerpo está rota.
El árbol de manzanas,
las frutillas
y los tomates que vendrán.
Hay menta y salvia,
un espacio creador y creativo,
y todo un mundo por descubrir.
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