No lo puedo evitar: soy chusma. Me gusta ver qué hacen mis vecinos/as en su cuarentena. No sé si me verán desde lo alto de mi ventana en el ático, pero cada mañana estoy ahí para ver casi sus mismas rutinas.
Al mediodía, la señora de la casa de atrás levanta la cortina de black out blanca y abre las dos ventanas de par en par. La mujer de pelo corto y negro (puede que tenga canas, pero no alcanzo a ver) saluda los tres perros petisos, peludos color dulce de leche, y empieza a sacudir una manta marrón por una de las ventanas. Quizás sea de un gato que habite dentro, ya que los doggies suelen estar siempre afuera. Esa misma casa, de noche, queda iluminada por una maceta llena de ramas (no logro distinguir sí son reales) adornadas por unas luces como las navideñas, pero blancas.
Del lado izquierdo hay una pareja que pasa los 60. Puedo adivinar por la falda de la señora y el chaleco del caballero. En el living, el televisor está prendido casi todo el día en el canal de RTE, la emisora nacional de noticias. Cada tanto, hay escenas de un campo de golf, de algún torneo pasado. El fin de semana, sí el clima acompaña, están en el jardín. Mientras ella corta ramas secas y acomoda las flores con sus guantes rosas, él repasa el pasto con la máquina de cortar. Me gusta imaginarme ese olor.
Del otro lado, sobre la casa de la derecha, hay un vecino polémico. Cada fin de semana pone música muy fuerte y canta. El único inconveniente es que pone siempre la misma playlist. Nunca fui buena en el campo musical, pero son melodías folk de los ’70s. Quizás le podría acercar una nueva playlist para darle un poco de descanso al vecindario. Durante la semana, suele poner música indoor, apenas se escucha. Quizás sea su mecanismo para evitar el sonido de las ambulancias o los helicópteros.
Disculpen mis vecinos/as, pero imaginar sus vidas me resulta más interesante que ver la tele o leer las noticias.
Marzo 2020 – Irlanda
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