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COSECHAS

Aquí y ahora

El sol simula asomarse, la brisa sigue siendo fría. Se escuchan los barcos en el fondo, el paso del DART vibra en mi cuerpo, los perros se saludan y las gaviotas orquestan su ‘v- iaje’. No hay olas que se rompan, la marea está baja.

Me gusta sentir los rayos de sol en la cara, que se mezclan con el aire Atlántico y crean una paradoja sensorial. La bajamar dejó sus huellas a su paso, que me recuerdan a las estrías de mi cuerpo.

Me descalzo y dejo que mis dedos se claven en la arena gélida y húmeda. Me recorre una electricidad que me enciende. Admiro el lento movimiento de los barcos en el puerto. Tengo ganas de moverme. Lo estoy haciendo.

Intento caminar hacia el horizonte y ver de cerca las torres portuarias de Dublín. Es inalcanzable. Me fascina la línea que se dibuja a lo lejos, como sí los barcos se fueran a caer detrás del horizonte.
Me recuerdo que la Tierra es redonda y se me pasa ese sentimiento. ¿Quién podría negar esa situación con tantos años de estudios científicos?

El salitre penetra por la nariz y los pulmones se expanden como globos, el frío llega hasta la cabeza: me enciendo de nuevo. El coraje de los pies me dura poco y empiezo a temblar.

Me calzo para seguir mi camino y emprendo mi regreso a casa. Me cruzo con una caravana funeraria, lo finito de la vida, y me recuerdo lo lindo de estar aquí y ahora.

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