«Siga por la carretera, pase el puente, doble a la derecha y va a encontrar Villaverde de Abajo», le repetían al taxista que nos llevaba al pueblo donde nació uno de mis bisabuelos en España. Mi mamá nos habló siempre de ese lugar. Con ese nombre, y mi imaginación al poder, pensé en un lugar como Macondo, pero sin gente con cola de chancho.
Ese día llegamos a la tarde y empezamos la aventura. Había que decidir en qué medio de transporte ir. Alquilar un auto, descartado. Ninguna había llevado la licencia de conducir. Tomar un tren, ya había pasado. Ir en bus: sólo hay dos frecuencias, y la última ya había pasado.
Para ese tiempo, mis expectativas disminuían y mi imaginación, ahora con Alex de la Iglesia y sus peculiares películas en los pueblos españoles, aumentaba. ¿Encontraremos a alguien?, me preguntaba. No quería crearme ilusiones para evitar decepciones. El taxi salió de la estación de buses, recorrió los diferentes pueblos, le «erró» al camino (luego sabríamos que fue a propósito), hasta que llegó.
Villaverde de Abajo es un puñado de casas bajitas, marrones y amarillas; es una gran parcela verdeocre a 16 kilómetros de León, rodeada de montañas, que suelen estar nevadas; es la humedad y frescura del río Torío. Es, también, el lugar donde viven los familiares de Luciano Fernández, sobrino de Francisco Fernández, mi bisabuelo.
El reencuentro fue una sorpresa para todos/as. Mi mamá había intentado rastrearlos en las redes sociales y ellos nos habían enviado postales que nunca llegaron (Maldito correo argentino). El reencuentro, también, fue una fiesta. ¿Y cómo se celebró? Comiendo, por supuesto, en largas mesas.Tortillas de papas y embutidos, entre ellos, la cecina, especialidad leonesa. .
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