Cuando era chica, la diversión en el jardín era recolectar caracoles de la enredadera que separaba el patio del resto del barrio. Tiempo después, pondrían rejas.
En ese entonces, me fascinaba sumergirme en ese mundo lento y húmedo, mover los caracoles de lado a lado, desafiar a la naturaleza.
El juego de la casita no era para mí.
Hoy, el caracol me recuerda que siempre tendré en mí lo que necesito, que es posible vivir sin prisas, que la naturaleza es una aliada, y que sigue habiendo ciertos juegos que no son para mí. ¿O sí?
0 comentarios