No quería ver el Mundial. Que no puedo prestar atención al partido, que no entiendo cuándo es falta, offside, penal … Las excusas que dije cuando los días previos al primer partido, mi amiga Chasco me escribió para preguntarme dónde íbamos a ver el encuentro contra Arabia Saudita. Todo el tiempo dije que jugábamos contra Jordania; porque tampoco presto atención a la geografía.
Tuve la fortuna, o la cábala, de ver cada encuentro en diferentes lugares y con diferentes personas.
El primero con mi hermana, madre y amiga, días previos a mi casamiento. El segundo con mi flamante esposo, a quien no le interesa el deporte, pero estuvo ahí para acompañar. Los dos, en Irlanda.
Contra Polonia, en Madrid, a horas de viajar para Argentina, donde me esperaban días de consultas médicas e intervención quirúrgica.
En esos días, ver a la Scaloneta me hacía dejar de pensar en el miedo que la nueva experiencia médica me generaba y disfrutar del fútbol. ¿Quién lo diría?
El encuentro contra Australia, en la casa de mi hermano con mi familia, en Mar del Plata, mi ciudad favorita y la cuna del Dibu. Mi sobrina alentó a la Selección y también se asustó cuando gritamos el gol.
Los siguientes encuentros en Cipolletti, mi ciudad natal. Uno con mi mamá, nosotras solas y sufriendo por penales. Croacia, con mis amigas de la infancia, entre charlas, mate, palmeritas y helado.
El domingo de la final con mi papá y mi mamá, comiendo chorizos y relatando el partido a mi padre, ya que su visión denota el paso de sus años.
Nervios, gritos, salir a tomar aire al patio, mi mamá que se puso a coser, mi papá enfrente del televisor, dolor de panza, mandar stickers a las amigas, sentir ganas de llorar, ver a Messi besar la copa dorada, ir a la plaza a revolear la bandera, sentir ganas de llorar otra vez, muchaaaaaachos, el que no salta es un inglés, sooooy argentina, ver a la infancias con las camisetas: «la oficial, la trucha, la inventada, la imaginaria».
No es exitismo, no es fútbol, es algo más. Es encuentro. Es trabajo colectivo, es creer que algo es posible, es anécdota, llanto, risa. Es recuerdo. Orgullosamente diré que me scalonizé.
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